No sabemos qué dice, sabemos qué hace



© David Ramírez

Podemos acercarnos mucho, escrutar cada línea, descifrar la tipografía, buscar "SODA" para justificar el título. Podemos tratar de entrar por el camino de la interpretación y fracasar, o peor, creer que vencimos.

O acaso podemos componer una imagen, hacer que ese ojo flote en nuestro espacio, olvidar lo que quiso decir Braque y mostrar lo que nos dice a nosotros, o mejor, lo que hace en nosotros.


Vargas Llosa también es nuestro héroe


(Artículo publicado en analitica.com : http://www.analitica.com/va/arte/oya/3266405.asp)


En el año 1982, un auditorio repleto en la Universidad Católica escuchaba con admiración el siempre enérgico verbo de Mario Vargas Llosa. Era reciente el anuncio del Nóbel para Gabriel García Márquez y, más que los comentarios sobre La casa verde o La ciudad y los perros, recuerdo vivamente como Vargas Llosa se refirió a ese premio. Dijo que, si bien Cien años de soledad era una obra maestra, la obra de García Márquez estaba en formación y el Nóbel debía haber sido para Borges. Ya teníamos varios años esperando el “año de Borges” y seguimos esperándolo en vano, hasta su muerte. 


En retrospectiva, Vargas Llosa tenía razón: Cien años de soledad es una obra sin par, una obra maestra, pero la obra de García Márquez, en el tiempo, no se ha sostenido; como acaso si lo hizo la obra de Octavio Paz. Pero esto es otra historia.


Cuando se anunció el Nóbel para Vargas Llosa era inevitable que surgieran los comentarios sobre Borges, algunos muy “distraídos” como los de Federico Andahazi, que calificó de injusto el premio, añadiendo que “aquello que no se le perdonó a Borges, se le perdonó en demasía a Vargas Llosa”, y cerrando amargamente con  (Vargas Llosa) es un personaje cuyos méritos literarios son discutibles”.


Andahazi se confunde al pensar que la injusticia es una propiedad transitiva de los premios o acaso una enfermedad que adquieren los galardonados. Lo de Borges fue una injusticia, quién lo duda, pero eso no convierte en injusto el Nóbel a Vargas Llosa, a Camus, a Szymborska o a Paz. La obra siempre debe estar por encima de los autores, parafraseando a nuestro Guillermo Sucre.


Las primeras declaraciones de Vargas Llosa, que yo esperaba con angustia, fueron la muestra de la coherencia que define a aquellos que no se dejan vencer por las circunstancias: “Me avergüenza recibir el Nobel que no recibió Borges”.


Sin estridencias, con fina mesura, Vargas Llosa dijo más con el silencio entre esas 9 palabras, que lo que muchos han expresado en estudios infinitos. Sin Borges él, Vargas Llosa, no hubiera tenido obra, ni Nóbel. Sin Borges, el Nóbel perdió más que lo que perdió Borges.


Nos quedamos esperando ese discurso de aceptación de Borges; nos imaginamos una y otra vez esas palabras posibles. Pero esas 9 palabras de Vargas Llosa han serenado esa espera imposible, la han cerrado.


En nuestro país, sumergido en el fango del día a día, en la desgracia del monotema; los comentarios que circulaban hacían referencia a las descalificaciones que años atrás nuestro presidente había hecho de Vargas Llosa. Descalificaciones a las que respondimos con otras descalificaciones, deslizándonos por la pendiente de los antagonismos, alimentando la barbarie y la mediocridad que nos ahoga y nos gobierna.

Pero Vargas Llosa es un Nóbel especial, un escritor con una obra inmensa que nunca ha perdido la conexión con su tiempo y no duda en utilizar la palabra, más allá de las fronteras de la ficción, para denunciar la tiranía y la injusticia, para defender la democracia en iguales términos, con idéntica maestría, como lo hace con sus complejos personajes.

La casa verde” y “La ciudad y los perros” las leí con asombro, acaso con inexperiencia. “La tía Julia y el escribidor” me enseñó cómo es posible romper la barrera entre la realidad y la ficción, sumergiéndonos en la ficción, que termina siendo el territorio de la verdad.  “Lituma en los andes” a ratos me resultó de una crudeza inaguantable, pero me abrió los ojos a una realidad inaccesible para mí, la de sendero luminoso; la evidencia de una lucha que, iniciada sobre bases reivindicatorias, se extravió en los senderos poco luminosos de la crueldad.


Vargas Llosa en su vida pública, en sus artículos de prensa y en sus declaraciones, jamás se arropa con la cobija de la ambigüedad, para ser políticamente correcto y proteger su obra literaria. Su obra no termina en sus libros, el Nóbel no es sólo por sus libros, sino por todo aquello que ha construido con la lengua. La academia sueca lo dejó claro al indicar, en el veredicto, que el premio a Vargas Llosa se le otorga por su “cartografía de las estructuras del poder y aceradas imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”.

Susan Sontag (siempre regresamos a Susan) en una emocionada carta pública, 10 años después de la muerte de Borges, le decía que lo extrañaba y lo calificaba de “nuestro patrón y nuestro héroe”. Vargas Llosa no ha muerto, no puede ser nuestro patrón; pero también es nuestro héroe, nuestro campeón, sin duda.




Caracas, ciudad

© Daniela Ramírez

Todo término encierra un deseo, una proyección, una visión o una convención. Cuando nos referimos a Caracas como ciudad, siento que estamos en la obligación de añadir la aclaratoria de "a falta de un mejor término". Caracas, como ciudad, es una abstracción.

Vivo en Caracas y la he caminado casi a diario; claro está, como se puede caminar Caracas: por fragmentos, de calle en calle, hasta que se nos atraviesa una autopista. Santa Rosalía, donde nací, es hoy algo que elude a una definición más precisa que la de "sector", algo entre unos límites más o menos definidos, entre el Güaire y dos calles; más allá es otro sector, sin carácter, sin personalidad, sin particularidad.

Voy con frecuencia a la zona cercana al Panteón nacional, me estaciono, camino hacia el sur, paso por la avenida Urdaneta y sigo hacia el centro originario de Caracas. Allí uno siente cierta estabilidad, menos demolición, ciertamente; igual que en Catia: uno va al mercado, ve el piso de granito con el "Mercado de Catia" escrito y siente que está sobre algo que ha probado su condición y merece una definición.

En la caótica red de escaleras de Catia se siente cierto esquema, cierta lógica, la lógica del recorrido, la lógica del transeunte, se percibe una existencia ciudadana.

Podemos descubrir así otros fragmentos y entonces soñar que tenemos una ciudad, si así lo queremos.

¿Bella?¿Cómo es posible sostener ese adjetivo? El Ávila es bello, el cielo es bello, mi jardín es bello, el mar es bello. Pero "la ciudad", el conjunto visible, la mancha urbana, la urbe, es horrible, sucia, desordenada, improvisada; es una cosa que se resiste a una idea.

¿Qué es primero la ciudad o el ciudadano? vemos aquellas ciudades que nos sirven de paradigma: Berlín, París, Bogotá, Buenos aires, Madrid, Chicago, Lisboa, Nueva York y sentimos que, más allá de las deficiencias - que en muchos casos están a nivel de caprichos para nosotros - existe una lógica basada en la habitabilidad, en la transitabilidad, en la vida ciudadana.

Voy al Calvario, observo el Oeste desde el piso 24 del Banco Central de Venezuela, recorro Altamira o la Universidad Central y siento que había ciertas ideas, que alguien tenía un plan, pero que, o no lo escribió o no se ha leído, no se le ha hecho caso, en fin, se quedó en algún lugar del pasado y hoy es sólo una intuición.

No hay nada en lo macro, ni tampoco en lo micro: no se vislumbra un plan coherente, pero tampoco lo que existe mantiene su forma; no hay alumbrado, no hay aceras, no hay defensas en las vías llamadas autopistas, no hay paradas para el transporte público.

No existe la monotonía de lo habitual, de lo permanente, de lo lógico. Ser caraqueño es una definición siempre provisional, que requiere de múltiples coletillas y que termina con una mueca.




Homenaje

(Este relato es de la vida real, he omitido los nombres y los lugares para proteger a los inocentes. Este texto tiene fines enteramente catárticos, es decir, es una descarga)


Una de dos, o acaso las dos, me he vuelto intolerante o nuestros eventos literarios se han vuelto insufribles. El problema es mío, enteramente mío, no me conecto y progresivamente la superficialidad, la falta de forma, me genera una angustia: me angustia que algún día lleguen a gustarme los eventos como el de hoy, que algún día deje de sentirlos mediocres.

No formo grupos temáticos, ni siento la necesidad de expresarme en grupo; los grupos, para mí, son una cuestión de afecto, los forma y los mantiene el afecto. Hablo desde mis creencias y experiencias, como cualquiera. Creo que las ideas se comparten, pero el grupo mata las ideas, las homogeiniza, las vuelve planas. El grupo temático se convierte en un flujo de complacencias, en un masaje colectivo.

Los grupos temáticos organizan eventos, a los que casi nunca voy, pero algún homenaje atrae cuando el homenajeado es alguien singular, cuando su obra ha sido especial y el agradecimiento nos moviliza. Asistimos a la convocatoria y esperamos, o deseamos, algo igualmente singular.

No comenzamos a la hora, bueno, asumámoslo como rasgo exótico, injustificable, pero tan reiterado que se ha impuesto con la fuerza invencible de la costumbre.

Comienza y desde el mismo inicio el que habla dice que lo que iba a leer no lo va a leer, que lo que esperábamos no va a ser y entonces arranca una secuencia de lecturas, sin un hilo conductor, ni temático, ni estilístico y leídas impropiamente (con 2 escasas excepciones). No faltan, como debe ser, las lecturas espontaneas, no planificadas (porque intuimos que había un plan), que a decir verdad resultaron las mejores.

Mientras se sucedían las perpetraciones, los organizadores caminaban, chateaban, comentaban con el de al lado. Mi vecina, sin duda una fan del homenajeado, sacaba fotos y producía un constante "tic, tic, tic" al chocar sus uñas con el teclado de su BlackBerry.

Resultado: 2 horas de vacío, del que nos hizo consciente los destellos de contenido que el homenajeado se permitió compartir. Al final los 5 minutos del apretón de manos, del abrazo, del afecto me permitieron salir con una sonrisa.

Luego de esta reseña catártica puedo regresar, sin peso y con gusto, a los textos que se perpetraron, ese será mi humilde y solitario homenaje: la lectura silenciosa y reverencial.

Helmut Newton - A gun for hire


Más allá del escándalo, la ironia, la erótica y la trasgresión; Helmut Newton es un clásico que logró interpretar su tiempo con la perspectiva necesaria para mostrárnoslo de una manera distinta, es decir, artísticamente, a través de una expresión contundentemente moderna.

En este enlace coloqué una charla que dicté hoy: Helmut Newton - A gun for hire.