El precepto de que toda forma de arte debe aspirar a la grandeza de la música, si bien es asimilable a cierto nivel de abstracción, no ha sido fácil, al menos para mí, su aprehensión. Acaso me aproximé a ello, un poco, en la medida en que he compartido la evolución musical de mi hija, ahora de 10 años, pianista, y que al leer partituras antes de leer párrafos de letras me hizo reflexionar sobre el carácter intrínseco de la música, su elevada humanidad.
Pero a veces las búsquedas terminan en encuentros en los que sientes que tú eras el buscado.
Desde que vi la exposición "Las Italias de Caracas", en el TAC, pensé que era algo que debía ver con Franco Sofía, mi tío político (en las familias italianas todos los mayores sin parentesco claro terminan siendo tíos y por ende los menores somos sobrinos), constructor italiano y poseedor de un cariño y sensibilidad conmovedores.
Llevé a Franco ayer a ver la exposición y terminó siendo la mejor visita guiada que he tenido; era como si Franco volteara los posters y me permitiera leer lo que está escrito al dorso: lo importante de Gasparini, las manías de Morandi, el truco casi imperceptible en el pórtico de la casa Italia o el gran ventanal de "Los Borges" que "lástima que apunte al Oeste".
El amor por el detalle, la importancia de entender los materiales, las formas, no dejar que los cálculos superen a la intuición, todas dimensiones, quién puede negarlo, del verdadero arte.
Finalmente nos quedamos un largo rato frente al mosaico de fotografías que, al final de la exposición, quiere reconocer el trabajo anónimo de tantos italianos que obraron un rótulo, una reja, un pasamanos, un dintel, un piso. Franco se detuvo frente a la fotografía de un piso hecho de baldosas rotas y me explicó que ese piso se concebía y construía en el lugar, haciendo una mezcla y luego colocando baldosas rotas, dejándose llevar por las formas y los colores. Pero añadió una frase definitiva para mi entendimiento de la música como arte supremo.
Tratando de explicarme la construcción de ese piso Franco se volteó y me dijo, con sus ojos brillantes, "ese piso es como la música de Jazz".