Fue hace algunos años cuando escuché de su boca ese anhelo, que lucía exótico en un caballero del siglo XIX como era él, de ir a nuestras antípodas climáticas. Hoy entiendo que esa sensación que el poema dejó en mí, sensación de extrañamiento de ansia, no era descabellada.
Hace poco mi hijo dijo que si tuviera que emigrar se iría a Islandia, decía que era una tierra de gente sensible. ¿Qué mejor lugar, entonces, para Eugenio Montejo?
Me tranquiliza saber que puedo encontrarlo en Islandia, ahora que la muerte le ayudó a plegar el mapa.
"Islandia y lo lejos que nos queda,
con sus brumas helada y sus fiordos
donde se hablan dialectos de hielo.
Islandia tan próxima del polo,
purificada por las noches
en que amamantan las ballenas.
Islandia dibujada en mi cuaderno,
la ilusión y la pena (o viceversa).
¿Habrá algo más fatal que este deseo
de irme a Islandia y recitar sus sagas,
de recorrer sus nieblas?
Es este sol de mi país
que tanto quema
el que me hace soñar con sus inviernos.
Esta contradicción ecuatorial
de buscar una nieve
que preserve en el fondo su calor,
que no borre las hojas de los cedros.
Nunca iré a Islandia. Está muy lejos.
A muchos grados bajo cero.
Voy a plegar el mapa para acercala.
Voy a cubrir sus fiordos con bosques de
palmeras"
Eugenio Montejo
Islandia