Había una vez un país muy lejano, tan lejano que era precisamente aquel en que yo vivía, en el que la gente se dividía en dos bandos: los verdes y los blancos. Pero esto era sólo un decir, ya que los verdes y los blancos eran iguales, aunque disfrutaban de criticarse los unos a los otros.
Para hacer este divertimento más interesante, pactaron que el gobierno del país lo asumirían en forma alternada: Cada 5 años, si los verdes gobernaban, los blancos decían que ya era suficiente de robo y mentira, se hacían elecciones y ganaban los blancos, que eran iguales.
Esto se repitió ritualmente hasta que a alguien se le ocurrió la descabellada idea de que podía haber algo diferente a los verdes y los blancos; estaba convencido y convenció a todos de que el rojo era el fin de los robos y las mentiras.
Muchos verdes y blancos se hicieron rojos y lograron engañarse unos a otros, hasta que, poco a poco, se les empezaron a caer las plumas rojas y los que eran verdes fueron más verdes y los blancos, más blancos que nunca.
Comenzaron a insultarse como era en antaño, pero ya no querían gobernar alternadamente, por lo que pactaron usar lentes rojos , hacerse la vista roja, robar y mentir por siempre y prohibir terminantemente la lectura de Samaniego.