En el año 1982, un auditorio repleto en la Universidad Católica escuchaba con admiración el siempre enérgico verbo de Mario Vargas Llosa. Era reciente el anuncio del Nóbel para Gabriel García Márquez y, más que los comentarios sobre La casa verde o La ciudad y los perros, recuerdo vivamente como Vargas Llosa se refirió a ese premio. Dijo que, si bien Cien años de soledad era una obra maestra, la obra de García Márquez estaba en formación y el Nóbel debía haber sido para Borges. Ya teníamos varios años esperando el “año de Borges” y seguimos esperándolo en vano, hasta su muerte.
En retrospectiva, Vargas Llosa tenía razón: Cien años de soledad es una obra sin par, una obra maestra, pero la obra de García Márquez, en el tiempo, no se ha sostenido; como acaso si lo hizo la obra de Octavio Paz. Pero esto es otra historia.
Cuando se anunció el Nóbel para Vargas Llosa era inevitable que surgieran los comentarios sobre Borges, algunos muy “distraídos” como los de Federico Andahazi, que calificó de injusto el premio, añadiendo que “aquello que no se le perdonó a Borges, se le perdonó en demasía a Vargas Llosa”, y cerrando amargamente con (Vargas Llosa) es un personaje cuyos méritos literarios son discutibles”.
Andahazi se confunde al pensar que la injusticia es una propiedad transitiva de los premios o acaso una enfermedad que adquieren los galardonados. Lo de Borges fue una injusticia, quién lo duda, pero eso no convierte en injusto el Nóbel a Vargas Llosa, a Camus, a Szymborska o a Paz. La obra siempre debe estar por encima de los autores, parafraseando a nuestro Guillermo Sucre.
Las primeras declaraciones de Vargas Llosa, que yo esperaba con angustia, fueron la muestra de la coherencia que define a aquellos que no se dejan vencer por las circunstancias: “Me avergüenza recibir el Nobel que no recibió Borges”.
Sin estridencias, con fina mesura, Vargas Llosa dijo más con el silencio entre esas 9 palabras, que lo que muchos han expresado en estudios infinitos. Sin Borges él, Vargas Llosa, no hubiera tenido obra, ni Nóbel. Sin Borges, el Nóbel perdió más que lo que perdió Borges.
Nos quedamos esperando ese discurso de aceptación de Borges; nos imaginamos una y otra vez esas palabras posibles. Pero esas 9 palabras de Vargas Llosa han serenado esa espera imposible, la han cerrado.
En nuestro país, sumergido en el fango del día a día, en la desgracia del monotema; los comentarios que circulaban hacían referencia a las descalificaciones que años atrás nuestro presidente había hecho de Vargas Llosa. Descalificaciones a las que respondimos con otras descalificaciones, deslizándonos por la pendiente de los antagonismos, alimentando la barbarie y la mediocridad que nos ahoga y nos gobierna.
Pero Vargas Llosa es un Nóbel especial, un escritor con una obra inmensa que nunca ha perdido la conexión con su tiempo y no duda en utilizar la palabra, más allá de las fronteras de la ficción, para denunciar la tiranía y la injusticia, para defender la democracia en iguales términos, con idéntica maestría, como lo hace con sus complejos personajes.
“La casa verde” y “La ciudad y los perros” las leí con asombro, acaso con inexperiencia. “La tía Julia y el escribidor” me enseñó cómo es posible romper la barrera entre la realidad y la ficción, sumergiéndonos en la ficción, que termina siendo el territorio de la verdad. “Lituma en los andes” a ratos me resultó de una crudeza inaguantable, pero me abrió los ojos a una realidad inaccesible para mí, la de sendero luminoso; la evidencia de una lucha que, iniciada sobre bases reivindicatorias, se extravió en los senderos poco luminosos de la crueldad.
Vargas Llosa en su vida pública, en sus artículos de prensa y en sus declaraciones, jamás se arropa con la cobija de la ambigüedad, para ser políticamente correcto y proteger su obra literaria. Su obra no termina en sus libros, el Nóbel no es sólo por sus libros, sino por todo aquello que ha construido con la lengua. La academia sueca lo dejó claro al indicar, en el veredicto, que el premio a Vargas Llosa se le otorga por su “cartografía de las estructuras del poder y aceradas imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”.
Susan Sontag (siempre regresamos a Susan) en una emocionada carta pública, 10 años después de la muerte de Borges, le decía que lo extrañaba y lo calificaba de “nuestro patrón y nuestro héroe”. Vargas Llosa no ha muerto, no puede ser nuestro patrón; pero también es nuestro héroe, nuestro campeón, sin duda.