© Daniela Ramírez
Todo término encierra un deseo, una proyección, una visión o una convención. Cuando nos referimos a Caracas como ciudad, siento que estamos en la obligación de añadir la aclaratoria de "a falta de un mejor término". Caracas, como ciudad, es una abstracción.
Vivo en Caracas y la he caminado casi a diario; claro está, como se puede caminar Caracas: por fragmentos, de calle en calle, hasta que se nos atraviesa una autopista. Santa Rosalía, donde nací, es hoy algo que elude a una definición más precisa que la de "sector", algo entre unos límites más o menos definidos, entre el Güaire y dos calles; más allá es otro sector, sin carácter, sin personalidad, sin particularidad.
Voy con frecuencia a la zona cercana al Panteón nacional, me estaciono, camino hacia el sur, paso por la avenida Urdaneta y sigo hacia el centro originario de Caracas. Allí uno siente cierta estabilidad, menos demolición, ciertamente; igual que en Catia: uno va al mercado, ve el piso de granito con el "Mercado de Catia" escrito y siente que está sobre algo que ha probado su condición y merece una definición.
En la caótica red de escaleras de Catia se siente cierto esquema, cierta lógica, la lógica del recorrido, la lógica del transeunte, se percibe una existencia ciudadana.
Podemos descubrir así otros fragmentos y entonces soñar que tenemos una ciudad, si así lo queremos.
¿Bella?¿Cómo es posible sostener ese adjetivo? El Ávila es bello, el cielo es bello, mi jardín es bello, el mar es bello. Pero "la ciudad", el conjunto visible, la mancha urbana, la urbe, es horrible, sucia, desordenada, improvisada; es una cosa que se resiste a una idea.
¿Qué es primero la ciudad o el ciudadano? vemos aquellas ciudades que nos sirven de paradigma: Berlín, París, Bogotá, Buenos aires, Madrid, Chicago, Lisboa, Nueva York y sentimos que, más allá de las deficiencias - que en muchos casos están a nivel de caprichos para nosotros - existe una lógica basada en la habitabilidad, en la transitabilidad, en la vida ciudadana.
Voy al Calvario, observo el Oeste desde el piso 24 del Banco Central de Venezuela, recorro Altamira o la Universidad Central y siento que había ciertas ideas, que alguien tenía un plan, pero que, o no lo escribió o no se ha leído, no se le ha hecho caso, en fin, se quedó en algún lugar del pasado y hoy es sólo una intuición.
No hay nada en lo macro, ni tampoco en lo micro: no se vislumbra un plan coherente, pero tampoco lo que existe mantiene su forma; no hay alumbrado, no hay aceras, no hay defensas en las vías llamadas autopistas, no hay paradas para el transporte público.
No existe la monotonía de lo habitual, de lo permanente, de lo lógico. Ser caraqueño es una definición siempre provisional, que requiere de múltiples coletillas y que termina con una mueca.
5 comentarios:
Pero insistimos, buscamos la luz que queda en esas calles.
Dejo mi sonrisa al ver la foto de nuestra Dani. Que alegría. Muak!
Gracias, José. Gracias.
Insistiremos en esa luz que Filo menciona. Necesitaba, sin embargo, estas definiciones porque a veces es imposible sostener el «todo» por la arista de lo querido, lo emocional con respecto a la ciudad... lo afectivo. No es posible que esto sea «bello» considerando solamente lo que la naturaleza ha puesto, que no hemos destrozado.
Esa Caracas que muchos ven «adorable» no la encuentro en ninguna parte y ahora, luego de leer sobre lo no definido y las intuiciones no acometidas, cierta calma llega.
Qué alegría ver a Daniela... detrás de la cámara.
Gracias, José. Gracias.
Insistiremos en esa luz que Filo menciona. Necesitaba, sin embargo, estas definiciones porque a veces es imposible sostener el «todo» por la arista de lo querido, lo emocional con respecto a la ciudad... lo afectivo. No es posible que esto sea «bello» considerando solamente lo que la naturaleza ha puesto, que no hemos destrozado.
Esa Caracas que muchos ven «adorable» no la encuentro en ninguna parte y ahora, luego de leer sobre lo no definido y las intuiciones no acometidas, cierta calma llega.
Qué alegría ver a Daniela... detrás de la cámara.
Parece un buen lugar para reinventarse, una ciudad a medio hacer y deshacer, con espacios para el silencio y el escondite. Hermoso texto, José.
y así va la ciudad desnudándose ante ti y los que se atreven de verdad a verla...
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