Las Bacantes y la dualidad: el encuentro con “el otro”

Bacantes, estrenada en Macedonia probablemente en el 405 A.C. pretende ser el relato de los primeros pasos del culto al dios Dionisos, que en ese tiempo se trataba de una divinidad extranjera que llegaba a Grecia, a las cercanías de la trágica Tebas, exigiendo a las autoridades que le prestasen el culto que, como dios del vino, tenía derecho, en contra del culto tradicional a Apolo.

Se nos presenta aquí la primera dualidad, diría que la dualidad dominante. Por una parte, entre Apolo, representante del raciocinio y la cordura, y Dionisos, imagen del desenfreno y el instinto. Por la otra, lo tradicional, irónicamente representado por el joven Penteo y lo moderno, representado inicialmente por Cadmo y Tiresias.

El conflicto que se genera a partir de las contradicciones entre el orden y el caos, entre lo conocido y lo desconocido, entre la cultura y la naturaleza, entre la razón y la locura. Sin embargo, Eurípides trata también de la posibilidad del enfrentamiento entre los impulsos constructivos y transformadores con el orden religioso, pero también, y de una manera muy interesante, con la creación estética.

"...Porque tiene que aprender esta ciudad aunque no quiera, cuanto cuesta burlarse de los misterios del Dios... (39-40)

Y entonces el Coro nos cuenta de los misterios divinos:

"...Bienaventurado el que dichoso sabe de los misterios de los dioses, santifica su vida y lleva su alma a la procesión danzante en las montañas de los sagrados rituales". (72-77)

El adivino Tiresias y Cadmo, que recordemos es fundador de Tebas, con mayor “sentido común” o quizá mayor amplitud, toman el tirso. Por su parte, Penteo, rey de Tebas, quien representa el orden, se muestra inflexible:

"...qué insensatez... No bien me aventuro en un viaje cuando he oído de nuevos males en esta ciudad: que nuestras mujeres han dejado las casas para entregarse al vértigo y al Dios recién llegado . (215-220)

"... las cazaré en el monte... las encerraré en redes de hierro y las haré dejar en seguida este criminal rito... (230-232)

Contradicción tras contradicción, en un sistema perfecto que finalmente deriva en la fusión y el orden.

Vemos en la obra que Dionisos, el dios que ha tomado forma humana en ese extranjero de “formas afeminadas”, pasa a ser una parte esencial en la vida y en los cultos de la ciudad; sin embargo, sus rituales son conducidos en las soledades del mundo salvaje y virgen de la montaña.
Dionisos, es un bárbaro. Es Olímpico, y sin embargo, más afín al mundo subterráneo. Sus ritos buscan abolir la distancia entre los dioses y el hombre, y entre el hombre y la bestia. Entre el hombre y la mujer. Sus misterios comprometen la más tremenda contaminación con la más inmensa santidad. Él es Dios de los límites pero también de la fusión.

En Bacantes, la presencia de Dionisos desencadena la contradicción entre el placer y la resistencia al placer; o entre lo irracional y lo lógico. Más aún, representa el encuentro entre la destrucción y la creación. Del mismo modo, se llega a la revelación de lo sagrado a partir de la contaminación extrema más allá de toda creencia en los designios inescrutables de dios.

El desenvolvimiento de las contradicciones también toca profundamente a los personajes, que se presentan en pares. La realidad está dividida, repartida entre mundos racionales y mundos irracionales; entre el mundo de los viejos y el mundo de los jóvenes. Sin embargo, los personajes "antagónicos", más allá de sus diferencias, se aproximan y se fusionan. Dionisos y Penteo son antagónicos; sin embargo, de su antagonismo surge la identificación entre ellos. Al final, Penteo es como el chivo emisario de Dionisos en el monte, en donde simultáneamente es devorador y devorado, a pesar de su desesperado esfuerzo por asegurar su propia identidad en sus últimos momentos.

"... yo, madre mía, soy tu hijo el que pariste en la casa de Equión..." (1118-1119)

Seguimos los pasos de la individuación a través del orden político y religioso establecido; de la estructura del conocimiento objetivo, y de las experiencias internas, a través de la obediencia y de la desobediencia; del autoritarismo y de la relatividad; de la diferencia y de las similitudes; de la represión y del reconocimiento de lo reprimido; de la humanidad, de la animalidad. También del sacrificio, del placer y del dolor. La astucia de esta obra está en el modo como Eurípides junta estos diferentes pasos en torno a las “epifanías” de Dionisos.

Es interesante ese prólogo de Dionisos, donde habla de la experiencia de sí mismo:

"Yo, el hijo de Zeus, vengo a esta tierra de los tebanos...”

Y esto es seguido por una genealogía, que coloca al sujeto determinado por su familia y por sus obligaciones. Una construcción ética que rápidamente va derrumbándose a medida que el majestuoso dios de la primera escena comienza a desplegar las diferentes facetas de su múltiple personalidad. Él juega el rol del dios y el de hombre/extranjero, afirmando su duplicidad en el seno de su culto. Su moralidad no se pone en cuestión. Él se define en su ambigüedad.

"Dionisos, el hijo de Zeus, que nació como un perfecto dios, terrible, aunque dulcísimo con los hombres" . (859-861)

Penteo, que parece alzarse en el polo opuesto de este universo ético, enfrenta a Dionisos con la moralidad del Estado. Posición legítima, aunque criticada por el Coro, Cadmo, Tiresias, Dionisos mismo, y el resto de los adeptos al culto. Al comienzo, Penteo está seguro de su posición y de sus obligaciones, pero gradualmente el deseo lo moverá hacia otras configuraciones de identidad.

El cambio de Penteo se hace aparente cuando se quita sus atuendos reales, a fin de vestirse con una túnica ordinaria, que lo lleva a alcanzar una identidad femenina. Sin embargo, en el nivel del discurso todo es más sutil. En su primer monólogo ya expresa lo que inconscientemente quisiera ver, aunque encubre esto en una retórica represiva:

"en medio de sus grupos llenas están las cráteras, y cada una por su sitio, en soledad acude a gozar de un hombre, con el pretexto de ser Ménades rituales, pero en más se inclinan a Afrodita que a Baco". (221-225)

Solamente Dionisos tendrá el ingenio para crear el espacio necesario para el crecimiento del deseo, de la tentación, y así conducir a Penteo hacia el cambio de su sistema de valores:

" Dionisos. Oh tú ! ¿quieres verlas instaladas en los montes ?

Penteo. Sí, daría por ello infinito peso en oro.

D. ¿Cómo has incurrido en tan gran deseo de ésto ?

P. Las vería embriagadas --una visión algo amarga.

D. ¿verías con gusto lo que te da pena ?

P. Tenlo por cierto, oculto en silencio bajo los pinos." (810-815)

Con esto comienza la transformación de Penteo: de monarca en voyeur, aún cuando todavía le falta el momento que lo lleva a expresar su lado femenino, su cruce al menadismo y su identificación final con Dionisos.

"P. Llévame por en medio de la ciudad de Tebas, porque de aquí soy el único hombre que se atreve a esto.

D. Tú atravesarás tebas solo, tú solo, y te esperan los combates que serán necesarios. Sígueme: yo te guiaré en la procesión como el guía seguro, y de allí otro te traerá.

P. Ah! mi madre ciertamente.

D. Y serás conocido de todos

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